domingo, 23 de diciembre de 2012

Una gallega vuelve, vuelve y vuelve a la Habana. (II)

“Debo explicarme mejor. Esa noche  descubrí lo que me habían comentado antes, pero no lo había visto con mis ojos… viejos achacosos baboseando a chavalinas muy jóvenes. Me sentí mal, muy mal. Antes salí solo por el día y todo era bello: la luz, la gente, su trato. No vi estropicio ninguno en la Habana; eran tantas las cosas que me alegraban, que no reparé en nada desagradable”.

“Sí, pero esto sucede a menudo”.  Le argumenté: “lo exótico por lo general resulta atractivo, pero cuando comienza a brotar la otra cara de la moneda, es cuando podemos evaluar la realidad…”. Utilizar frases hechas es una ventaja para cuando solo puedes intervenir por momentos.

“Tienes razón, pero mi malestar con las escenas del Parisién tenían muchos motivos, no solo por las patéticas escenas de viejos y jovencitas. ¡Es que yo tenía una vida cuadrada!”. Y dibuja un cuadrado en el aire con sus dedos índices. “Eso, una vida…”. Repitiendo el gesto. “No podía imaginar que estas cosas pudieran suceder, especialmente, porque yo no concebía que como mujer te pudieras ir con cualquier hombre,  así…” Me quede escuchando y dije: “¿serían tus prejuicios?, como dicen en Cuba “te caes de la mata en el Parisién…”.

“Quizás esa expresión sea justa. Y lo de los prejuicios, vale… también.  En un instante sentí que todo se convulsionó dentro de mí. Desperté de mi ingenuidad moral. Una ingenuidad que cuando lo pienso hoy, tiemblo. La Habana me deslumbró con su encanto y al mismo tiempo me mostró sus penurias. Mi reacción inmediata fue cuestionarme la razón por la que una chica tan joven decide prostituirse; pero esta fue una de las tantas preguntas que me hice. En aquel momento sentí un fuerte malestar por el exagerado valor que le damos a cosas tan superfluas como los adornos, perfumes, incluso a la ropa…  Recuerdo que al otro día comencé a regalar todo lo que llevé. Lo regalé todo, literalmente todo. Tal es así que al final regresé a Galicia con lo que tenía puesto. Lo peor fue reconocer hombres españoles -mayores de 60 años-, con seguridad casados y con familia, haciendo turismo sexual”. Aquí, para intervenir con agilidad utilicé un tópico: “las prostitución no es cosa de hoy y, en Cuba, tampoco es nueva, ni exclusiva de estos tiempos”. Pero Susi me mira y continúa. “Yo hablo de hipocresía,  no voy a decir que no sabía que existía la prostitución. Pero me revolvió ver con mis ojos al que pregona valores y luego se beneficia del que sufre escasez”.

“Para mi no fue sencillo comprender y la imagen…”, continuó. “Me desagradó, es verdad que me sorprendió… pero también me di cuenta que allí, para la gente todo era normal, o me pareció. Habían chavales haciéndole la pelota al turista”. No sé a dónde quería llegar y para sujetar el tema, le comenté: “Pero es que todavía no acabo de entender tu expresión: me rebelé conmigo misma…”.

“La Habana, como te he repetido varias veces, me hizo reconsiderar todo lo que era, lo que pensaba. Fue vivir en carne viva. En pocas palabras, La Habana me echó a andar. Te lo he dicho al principio de esta conversación, en mi opinión, mi vida era insustancial…  pero como dice Manolito Simonet: La Habana es tu sicólogo”.

 
Mientras Susi hablaba, no dejaba de pensar en cada frase suya y extrapolarla a mis propias vivencias. ¡Oh La Habana…! Tendría algo más de 20 años cuando junto con un amigo íbamos en busca de un buen ligue (El Zurdo… ¡que bolá man!), rebuscando en los bares, en alguna casona del Vedado donde se celebraban “reprimidos” conciertos de rock con grupos de la época: Las Alma Vertiginosas, Los Kents. Mi amigo no tenía que convencer a un santiaguero de lo delirante que era la Habana, pero él no se cansaba de argumentarlo. Y es que la Habana siempre se trae algo entre manos que te sorprende y los habaneros no se cansan de decirlo; con razón.
“Después de la noche en el  Parisién comencé a salir por las noches.  Comencé a sentirme habanera. Me atrevo a afirmar que esa noche tomé las riendas de mi vida. Me sentí liberada, fuerte y,  literalmente hablando, comencé a andar La Habana. Mi primer progreso fue perder todo apego a lo que traía y, como te dije antes, regresé tan solo con un frasco de arena de las playas del este. Hoy está en la sala de mi casa, es como si tuviera en esa arena un resguardo para la melancolía…”. “¿Por cuánto tiempo fuiste en tu primer viaje?”, le pregunté, y sorprendentemente comencé a sentir el acento de una habanera al hablar: “Fueron unos pocos días. Suficientes, fue un flechazo… y tal es así, que cuando tome el autobús en el Hotel que nos llevaría al aeropuerto de La Habana, de regreso a A Coruña, comencé a llorar sentada en aquel bus, lloraba sin consuelo. No quería irme y lo tenía claro, regresaría… Tú no has oído cuando alguien dice que vio pasar su vida en un instante, sucede cuando has estado en peligro; pues así me aconteció, con la diferencia de que no solo repasé mi pasado, también concebí mi futuro.  No eran planes, no los tenía. Eran momentos que todavía no habían sucedido pero estaba segura que serían así…”. “Estando en Coruña, no había día que no pensara en el regreso. De todas maneras me tomé mi tiempo para comenzar con mis planes, quería estar segura que no era un simple calentón. No entraré en detalles y tampoco explicaré las reacciones de mi entorno; pero no fue nada fácil… sobraron los conflictos, pero también tuve muchos apoyos y nadie puede decir que me vio dudar”.  Un cambio tan rápido y tan fuerte era difícil de entender, pero la comprendía.  Cuando me fui a estudiar a La Habana y, desde el mismo momento que transité por la Vía Blanca, mi mundo de provinciano se esfumó, no sé si fueron los rascacielos de la Habana, las playas o la vida nocturna lo que me trasmutó; quizás son sus habitantes los que te impregnan esa vanidad necesaria para pensar que no hay ciudad mejor,  y terminas por considerar con desdén que no hay otro lugar igual, por mítico que sea.  Lo que logra convencerte es que La Habana mantiene un ritmo de acontecimientos que responde a una dinámica desconocida y cuando la noche no tiene más nada que dar… ¡ahí está el malecón! Para un cubano esto cuenta, y mucho. “Pero tú solo me hablas de tu primer viaje y no dejas de decir que todos los años haces tu viaje de rigor”. “Sí, te cuento, después de arreglar mis cosas y con ganas de regresar lo más pronto posible, mi amiga Chuspi -me acompañó en el primer viaje- no pasaba por un buen momento. Ese fue el detonante necesario para emprender el regreso, en definitiva no hay mejor sicólogo que la Habana. Comenzamos a preparar el viaje, eran necesarias muchas cosas y siempre cuenta el dinero. Tienes que pensar que no hacía mucho habíamos estado en Cuba. De manera que todos en mi familia volvieron a estar sorprendidos… pero esta vez no hubo una sola palabra de reproche. Por entusiasmada que estuviera, resultan angustiosos los preparativos,  pensar en regalos, trámites, visados y el propio estrés del vuelo. Pero cuando la azafata pidió que nos ajustáramos los cinturones para el aterrizaje en Rancho Bolleros, se hizo la paz”.  “¡Espera un momento! debo decirte algo importante que sucedió cuando llegué la primera vez y he pasado por alto, fue sorprendente y quiero comentarlo. En el primer viaje, cuando entramos al aeropuerto, vimos que estaba completamente ocupado por el ejército y, estaban armados con fusiles y todo…”. Oh!, esto si que no me lo esperaba: “Qué dices, ¿estaba el aeropuerto ocupado por el ejército? ¿Y cuál era la razón?”. “No pregunté, ni abrí la boca. Fue impresionante, no había lugar al que miraras que no vieras a un militar…”   continua…

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