lunes, 12 de septiembre de 2016

“...Onel se enfrenta a su destino y surge… la Aventura”. (II)




Capítulo II. El diseño y su fabricación.


Con Onel involucrado a tope y, considerando, el conocimiento que pueda aportar Omar, seguía siendo un proyecto de dudoso éxito.


Lo primero: había que sellar completamente el sidecar, no podía hacer agua de ninguna manera, porque las posibilidades de achicar resultarían imposibles. Había que repasar cada costura del sidecar con acetileno, lijarlo y pintarlo para dejarlo como nuevo. Cuentan que cuando el sidecar estaba contra una pared esperando ser utilizado, muchas personas que visitaban la casa de los Henríquez en Cuabitas (Barrio de Santiago de Cuba) le decían a Onel: “eso parece un bote”. Onel sonreía con su risa “pícara de ingenuo”, pero la verdad es que se asustaba. ¿Y si lo descubren…?  Sí, sentía miedo de que descubrieran sus planes.


Técnicamente aquel artefacto no respondía a la definición de un catamarán, pero ahora eso no viene a cuento. Había que hacer flotar aquello y la idea era ajustar a los lados dos tanques (cilíndricos), parecidos a los de oxígeno. Eran tanques de un viejo sistema para calentar el agua. Había uno en casa de Marta (esposa de Onel) y otro en casa de los padres de él. Los dos tanques se habrían de colocar a los lados del sidecar ajustados con dos abrazaderas. Una cámara de rueda de camión uniría las bocas de ambos tanques, yendo ajustadas al sidecar mediante cinchas de cuero.


La cámara del camión, llegado el momento, se inflaría con el gas liberado de los tanques (adaptados para esa misión). De esa manera se dotaría de la estabilidad necesaria y ajustaría el centro de gravedad del Katamaran, permitiendo la navegación.

Marta creía en Onel, la prueba es que siempre ha estado a su lado. Pero cuando le pregunté cómo había llevado todo aquello, me confesó que había dudado, tal como se puede dudar de cualquier plan. Dudaba, no de Onel, sino de que aquello funcionara. Quizás por eso nunca dijo nada y le dejó que probara, que fabricara lo que se le ocurriese. Pero pienso que Marta esperaba, en lo más profundo, que el artilugio de Onel no funcionara, y la entiendo. Porque Marta y Onel tenían dos hijos, Marta María que, por aquellos tiempos tendría algo así como unos 11 años, y “Pasculin” (de nombre Onel, como su padre) de ocho o nueve años, más o menos. Y el artilugio de Onel tenía toda la pinta de terminar en el fondo del mar...

Pero a pesar de las dudas, el Katamaran se convirtió de sueño en realidad.

Como suele suceder, a medida que los problemas se solucionaban surgían otros más complejos. Con la puesta a punto del casco de la embarcación, hacía falta un motor fuera de borda. Aquí entraba en juego “El Rojo”, también conocido como “El Colorao”.

El fuera de borda


Me gusta eso de “el Colorao”, pero le seguiré llamando El Rojo como le decían cuando lo conocí estando yo en la secundaria. Por entonces él todavía era un estudiante de primaria que a veces acompañaba en sus clases a su madre, mi profesora de literatura. Pues eso, el sobrenombre de El Rojo lo tenía debido al gen que daba el color rojo a su pelo, gen muy común en Irlanda y que se dice de origen vikingo (recuerdan aquel Erik “El Rojo”). Pues este “viking caribeño” trabajaba junto a Omar, y aquí viene lo mejor. El Rojo tenía un amigo que trabaja en una empresa de servicios y mantenimiento de navegación para el turismo. Resumiendo: Onel tenía un amigo, Omar, que tenía un amigo, El Rojo, que a su vez tenía otro amigo, quien podía conseguir un motor fuera de borda. Esto del amigo, del amigo, con otro amigo que resolverá... es muy cubano, así que me perdonarán, pero no puedo resistir la tentación de escribirlo tal cual.


Así fue como el Rojo, por medio de un amigo, “consiguió” un motor fuera de borda y entró a formar parte de la tripulación -llegado este punto, es claro que Onel ha desterrado la idea de llevar a la familia en el Katamaran-. Como dice mi amigo Emilito: “Si en Cuba es extremadamente difícil encontrar una aguja para coser un pantalón, qué me dices si se trata de buscar un motor fuera de borda…”

Era un motor Johnson fuera de borda de los 50´s, de cinco caballos de fuerza, mucho menos que una moto Riga Delta de fabricación soviética. Desarmaron aquel motor pieza a pieza, lo engrasaron, lo montaron y lo probaron en una tina. El motor ronroneó como un gatito… Dice Emilito: “Hacía menos ruido que una batidora, no se sentía ni a diez metros”. Era el motor ideal. Para instalarlo idearon una pieza que encaja en el lugar donde debía estar la goma de repuesto; un quita y pon. Con suerte el motor tendría suficiente potencia para mover el Katamaran y, además, no ser tan potente que lo hiciese ingobernable.

La fabricación.


Primero, como hemos comentado antes, el sidecar debía llegar hasta la playa de Cazonal como parte de una moto. De manera que el Katamaran debía hacer el viaje como un vulgar sidecar. La dificultad era que Onel solo tenía el sidecar, NO había moto Júpiter. Entonces Omar aportó una que tenía por su trabajo… Y así se seguían acumulando los delitos al proyecto. En fin, se ideó ensamblar el sidecar utilizando pasadores de mariposa; quita y pon.

Segundo, y esta es una de las fases claves: había que aprender a desarmar la moto, o mejor dicho, separar el sidecar de la moto, fijar los dos tanques a los lados, ajustar en la boca de los mismos una cámara de camión (cortada) desde la salida de uno de los tanques hasta el otro, fijar la cámara a la parte delantera del sidecar mediante una cincha de cuero, abrir la válvula de uno de los tanques que conectada con la válvula de la cámara para hincharla, luego colocar el motor Johnson fuera de borda, atornillarlo y fijarlo, al mismo tiempo colocar un tanque de gasolina de un coche Lada (fabricación soviética) dentro del sidecar, y todo esto sin superar los 15 minutos. Uuuufff… ¿Y por qué 15 minutos?. Buena pregunta. Podrían haber sido diez, cinco… pero quince minutos es un tiempo prudencial para no ser pillados por los guarda-costa de a pie, que abundan en la zona.

Tercero: cómo saber que “aquello” no haría aguas sin probarlo, ¿cómo?, si nunca habían podido experimentar en un lugar con agua suficiente. Pues se les ocurrió que colgándolo y vertiendo agua dentro y esperar que no hubiese salideros. Entonces podría deducirse que no había “entraderos” -vamos, vía de agua-.

Cuarto: como todo no podía ser transportado en el sidecar, se debía utilizar un segundo transporte donde se pudiese trasladar la mayor parte de los elementos. Pero, y es aquí donde el tema se complica, ese transporte tendría que quedarse abandonado en la playa. Ese carro era un peugeot, que no pertenecía a ninguno de los “marineros”. Pero este es un tema aparte que no trataremos en este momento, porque ese peugeot tiene historia propia.

Colocar a la tripulación


Dentro del sidecar iba el tanque de combustible, por lo que Omar, que era el más delgado, iría sentado en el sidecar conduciendo el motor. Fuera de borda y sentados en los tanques, Onel y el Rojo.

Hay un detalle que no puedo dejar de mencionar y que considero muy, pero que muy importante. Omar no sabía nadar y Onel solo lo había intentado en la bañera y cuando niño en un riachuelo que pasaba cerca de su casa. El Rojo era el que más experiencia tenía como marinero… Se supone que era un “viking”.

Pero ya no tiene sentido hablar de las habilidades de cada uno en el mar. El Katamaran era una realidad y la suerte estaba echada. Onel, Omar y el el Rojo se largaron por Cazonal.


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