martes, 25 de diciembre de 2012

Boda Cubano-Kazaja.

Estaba sentado a la manera asiática, directamente sobre un piso alfombrado, frente a una interminable mesa de tan solo unos 60 centímetros de alto, rebosada de comida y bebida, de todo cuanto es posible engullirse. El “animador”, a un lado de los novios, presentaba uno por uno a todos los invitados. Repetía como poesía los títulos, méritos y todo cuanto pudiera ser de interés, para demostrar la importancia de la persona. A cada presentación, en referencia a los novios y la boda, era inevitable vaciar la copa de una vez. De no hacerlo, todos te podían reprochar tu falta de “respeto”. Se repetían las expresiones de halago a la inteligencia, riqueza y belleza de los novios y su familia, y los deseos de que la felicidad les acompañara por siempre. Ningún “soez beru” (1) impedía que introdujéramos nuestros cubiertos y manos en aquel sin fin de ensaladas y carnes, donde constantemente, de las manos de chicas jóvenes, nuevos y suculentos platos sustituían los ya terminados; ayudaban ágiles y atentas al tiempo que suministraban vodka, vino o coñac en un permanente ir y venir y en proporciones imposibles de beber, e intervenían si se te hacía difícil llegar hasta aquella posta inmensa de carne, algo distante pero tan apetecible que resultaba difícil no ir a por ella.


 Hace tres días que celebramos las bodas de un chico kazajo y una damisela de origen hispánico… nacida en Cuba, hija de una mujer rusa de ojos azules y nariz respingona como cualquier siberiana y de padre cubano, un mulato que se hace llamar a sí mismo “macho latino”. Habla en un castellano donde las eses han desaparecido en un proceso de aspiración  fonética, propia de su región de origen, también ostenta enormes rizos, provocando que los kazajos le apoden “Ronaldinho”. Qué puedo decir de la novia, una combinación genética que resultó una mezcla letal por su belleza exótica, quizás por este motivo no solo asistieron familiares, también hicieron acto de presencia, una buena cantidad de jóvenes de varios kilómetros a la redonda.

Para un occidental -si esto puede ser una clasificación exacta- una boda kazaja no deja de ser interesante. Es una celebración que se ha sucedido por lo tiempos y por todos los pueblos con similares esencias y con el mismo fin; pero ver ese acto desarrollarse en el centro de Asia… ¡indescriptible! Por lo que a mi respecta, superada la impresión del primer día, me sentía como pez en el agua entre tanta celebración, comida, bebida y con la libertad de usar las manos al comer, sin considerar que para nada faltaba a la etiqueta. Tirado sobre korpeshka (2), con inmensas almohadas que me servían de espaldar o para acomodar los brazos, me bastaba con elevar una mano y de inmediato era atendido, siempre disfrutando de la música y el canto de los poetas que improvisaban con sus Dombra (3).

 Hoy agasajábamos la presencia del padre de la novia. Era una celebración en particular dentro del casamiento y a la vez muy especial. Después de varios días alejado de todo lo que suelen ser las “mejores” costumbres europeas, utilizando mis manos como instrumentos de corte y quiebra, comprendí el profundo placer que se experimenta cuando la grasa se escapa entre los dedos y por las comisura de los labios. En un momento determinado fui a por la carne rojiza; ya sabía por experiencias anteriores que era de caballo -el que se destina para ser comido, nunca se monta, según me dijo un viejo kazajo que estaba sentado a mi lado-; y nos enzarzamos en una conversación sobre las maneras de preparar la carne. Quiero explicar que esta vez me dediqué a beber  sin precaución, pero siguiendo al pie de la letra el consejo ruso que los kazajos confirmaban: se puede mezclar bebidas, pero siempre respetando el principio de que la última debe ser de un grado superior a la anterior.

Fui señalado para mi “soez beru”, me levanté lentamente frunciendo el ceño, con mi copa en la mano, pensando en decir algo trascendental. El padre de la novia es un amigo, me invitó a la boda de su hija y me presentó con orgullo como uno de los suyos, algo así como para demostrar que los guerreros celtas o sus residuos se habían repartido por una gran parte del mundo conocido… Recorrí los invitados con la mirada, quizás fue inconsciente o, tal vez quería buscar complicidad entre ellos. En uno de los extremos de la mesa, sentado en el lugar de honor, mi amigo y padre de la novia; ella, con sus ojazos azules y su hermosa cabellera negra ondulada, sonreía mientras presionaba con cariño la mano del padre orgulloso. La mirada indefinida de mi amigo delataba que estaba casi al completar la medida necesaria para poder ser declarado en estado ebrio. Me sentí contento de poder desear felicidad a los jóvenes. No habían sido pocos los brindis y haciendo acopio de lucidez, comencé mis discurso haciendo referencia al momento en que la novia comenzó su recorrido, desde  el Caribe hasta el centro de Asía.


“Y aquí, entre sus muchos amigos y conocidos,  ella ha elegido un chico kazajo –mi  tono era grave-, pero sobre todo, lo importante es el reconocimiento a las virtudes del hombre, al amor. Estoy seguro que nuestra bella princesa caribeña, que ha venido a este país siendo una bebita, será una buena hija de esta tierra. Desde miles de años atrás, los Kazajos fueron marcando sus inmensas fronteras y su cultura con las huellas de sus caballos -había comenzado en lengua rusa pero mis conocimientos de la misma no me daban muchas opciones con las ideas que quería expresar y la madre de la novia salió en mi ayuda comenzando a traducirme-. La novia sabrá respetar y acogerá con gusto sus tradiciones, como hace su padre y todos los hombres que, como él, hemos elegido, gracias a la hospitalidad de su pueblo, este país como nuestro hogar.”


-shuzhuq, shuzhuq! (4) dijeron algunos. Entonces, todos miraron hacia una chica, ataviada con los aditamentos propios del traje típico; caminaba en dirección al padre de la novia llevando una bandeja con algo comestible: cilíndrico, alargado, grueso. Sin detener mi discurso, largué una frase que se supone yo debía solamente pensar: “A mí que no me jodan, ¡pero esa cosa es la verga de un caballo!”. Mi traductora, muy metida en su labor, convirtió  la frase a la lengua rusa. Los kazajos varones comenzaron a reír de manera incontrolada, mientras las mujeres movían la cabeza de forma negativa y en ruso y kazajo, trataban de explicarme que no se trataba de eso… Pero las afirmaciones con la cabeza de algunos hombres marcaron mi decisión.

Mi amigo me dirigió una mirada de agonía con los ojos completamente abiertos. Su expresión ida de hacía unos minutos había desaparecido. Ahora reculaba con maña presionando con sus manos el borde de la mesa mientras la novia, visiblemente temblorosa, miraba con súplica al suegro, que sonreía mientras le sostenía una de sus manos y afirmaba con la cabeza que era necesario “morder” el shuzhuq como signo de respeto.

“Esa cosa puede llegar hasta aquí”, pensé. No sé qué coño era y ni me propuse averiguar. Como estaba de pie aproveché y di un paso atrás; de lejos escuchaba como una vieja intenta aclarar que no era lo que los hombres kazajos decían. Todavía tuve que apartar con fuerza la mano del viejo kazajo que me retenía por la camisa mientras me decía, casi incomprensible por la risa, que debía morder el shuzhuq. Me fui retirando ante la mirada de mi amigo que seguía moviendo su cabeza de forma negativa y mantenía los labios apretados como dejando claro que no los abriría para complacer a nadie.

En unos segundos me dirigí fuera. Sentía voces que me llamaban, pero no atendí. Atravesé todo el salón definitivamente, sin comprender cómo se me hacía tan largo el camino. Sólo recuerdo que iba apartando manos que trataban de detenerme. Cuando conseguí  salir de la casa, todavía sentía cierta agitación. Comprendí que transpiraba aunque la noche era algo fría. Miré al cielo y respire con libertad. Afuera, algunos jóvenes conversaban animados y su conversación se me hacía ininteligible con la música. Escuché otra vez las risas que llegaron desde el salón y sentí vergüenza por mi fuga, pero esta vez no me sentí con el valor suficiente para ayudar a mi amigo; morder el shuzhuq no estaba en mis planes.


(1) “soez beru” en kazajo: dar la palabra, equivalente al brindis.
(2) “korpeshka”: especie de colchonetas muy finas que se utilizan para dormir y para sentarse a la mesa.
(3) Dombra, es un tipo de laúd, del Asia Central.
(4) shuzhuq, tipo de embutido de carne de caballo ahumada.

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