martes, 25 de diciembre de 2012

Cuestión de magia.

Eduardo Martínez: su historia está asociada a muchos sucesos insólitos. Se decía que en épocas muy antiguas vivía con toda su familia en un cuarto de la casa familiar de los abuelos, que sólo tenían una cacerola para cocinar, en la que se hacía desde arroz y potaje hasta huevos fritos  por turnos en aquel único caldero. Pura prestidigitación. Las informaciones que existen sobre el recorrido de la magia de Eduardo son muchas. Todo comenzó cuando emprendió sus estudios de escultura. Se supone que fue tal su habilidad para transformar el barro en fantasía, que lo intentó con el ilusionismo y todo explotó  cuando logró levitar hasta México ejecutando la rutina de La Bola Zombie. Por una cuestión de discreción propia del oficio, siempre se mantuvo muy secreto el uso de unos polvos plateados que le dio un amigo para que impregnara la bola con ellos y la dotaran de poder. Pero el largo recorrido que realizó Eduardo apoyado en su habilidad para manejar las cartas, reafirman la idea de su poder para producir fenómenos que contradicen los hechos naturales.  Fue en Jamaica donde se dio un punto de inflexión en su carrera y sucedió el mayor ilusionismo. Sin muchas pruebas referenciales, reaparece  de súbito en la ciudad de Las Vegas junto a su familia, estableciendo su cátedra en la ciudad. Esto parece cosa de Milagros! Sí… pura magia.


 Muchos tratan de dar explicación al suceso aludiendo el Blackjack y consideran que pudo doblar  la apuesta  por tener de mano dos buenas cartas: Circe, la hija, a la que se le atribuye la creación de un “mundo mágico” y Eduardito, el menor, que en un movimiento propio de su inteligencia, divide pares y apuesta por Miami.
Sobre Eduardo hay muchas historias inverosímiles.

Como que junto a Milagros y otros amigos abordaron un autobús logrando desviar su ruta normal hacia uno de los clubes de moda en la ciudad, ejerciendo su poder con un cautivador alboroto al ritmo de canciones de moda, demostrando su dominio para crear un ambiente mágico. Aunque muchos se empeñen en decir que el chofer solo actuó así porque eran pasadas las dos de la madrugada,  su turno de trabajo había terminado y se le hacía camino a la base de estacionamiento.

Hay que señalar que todo este dominio escénico se le atribuye al espíritu de Margó, la madre y de la que en cualquier momento podemos hablar de su influencia.

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