martes, 25 de diciembre de 2012

Un cubano en una comida de negocios.




Varios hombres con portafolios entran en una empresa constructora en el centro de Moscú. Otros, también con portafolios, los reciben. Las presentaciones se hacen sin formalismos, abundan los estrechones de manos, comentarios complacientes  acerca de sus negocios  y, finalmente, después de barajar algunas opciones, acuerdan hacer la reunión en el restaurante bufé cercano.  El restaurante,  regenteado por los turcos, dispone de una formidable cocina internacional, con enorme salón completamente inundado de luz y grandes ventanales de cristal, que permiten  ver las calles de Moscú y descubrir como la ciudad mantiene una carrera constructiva de manera desenfrenada.




Tony, un cubano, sirve como traductor de una delegación española que se propone introducirse en el negocio. Tony tiene fundadas esperanzas de convertirse en un elemento clave de la empresa que abrió oficinas en la ciudad.  Tiene más de 15 años viviendo en Rusia, se licenció en filosofía, está casado con una nativa y se ha estado preparando con ahínco para este encuentro. Se instaló con su mujer y los suegros en un pueblito industrial 40 km al este de Moscú.

Durante todos estos años se ha dedicado sin alternativas a degustar la dieta básica de la región: ensaladillas, las que constituyen parte obligatoria de la ración diaria. Con el tiempo terminó por preferir la Vinagret (remolacha, papas y zanahoria cortados en cubitos, huevo duro, cebolla y pepinos picados, sal y mayonesa al gusto, nuez si es posible, mezclar muy bien y listo); sopas como el Borsch, donde diminutos trocillos de carne se mezclan con remolacha, col, zanahoria, cebolla, mantequilla, tomates, patatas y la inevitable hoja de laurel. En los días de celebración familiar, al menú de ensaladillas y sopas se le incorporan los Pelmeni: mezclar carne de res y cerdo bien molida, agregar agua, sal, pimienta y mezclarlo bien; extender una masa confeccionada con harina hasta obtener una capa muy fina; recortar círculos, poner en el medio una cucharadita del relleno; unir (presionando con los dedos) los bordes; hervir agua, al burbujear verter sal y los Pelmeni durante 10 o 15 minutos. Cuando estén listos, sacarlos y servir con mayonesa o crema de leche.


El representante de la parte rusa comenta que su insistencia en este restaurante responde a su interés en que la parte española pueda disfrutar de la comida, sin presionar su paladar. Tony aprovecha lo distendido del momento y el buen humor de su jefe para convencerlo de que no habrá problemas con la traducción simultánea y comerá junto a todos.

Lo primero que hacen es un rápido repaso de los temas tratados con anterioridad. Con los nuevos que se abordan, enseguida se logra el consenso. Todo va sobre ruedas y Tony cumple con buena nota su trabajo. Pasada una hora de conversaciones, deciden dar rienda suelta al apetito y todos se dirigen hasta la mesa bufé.  Tony recorre con la vista toda la oferta de un lado a otro y no duda un instante, va directo a las carnes. Señala a la camarera del mostrador una enorme chuleta de res…  continúa su búsqueda hasta encontrar el  arroz blanco y un apetitoso potaje de frijoles negros. De regreso,  al comparar su elección con la de los otros, presiente que algo va mal -pues claro, los otros han seleccionado entrantes sencillos-.  Sin embargo, nada más sentarse, todo esto pasa a segundo plano. Las miradas curiosas del resto no le producen la menor perturbación, solo levanta la vista cuando el jefe de la parte española le comenta: “Mucho tiempo fuera de Cuba…”. Tony lo mira y levanta las cejas, razona el comentario por unos instantes, pero no quiere explicar su elección.


Durante los entrantes, las conversaciones se suceden muy animadas. Para Tony, aunque la traducción no es su oficio, sus conocimientos del ruso y su cultivado español permiten que ninguna frase o idea quede sin trasmitirse correctamente. Llega el momento del primer plato y Tony se levanta una vez más junto a los otros. No lo medita  y extiende su plato a la camarera. Ella le sirve una chuleta y le mira con ojos sonrientes, pero él mantiene su plato extendido mientras asiente con la cabeza -con un movimiento casi imperceptible-. La chica entiende y aloja otra chuleta en el plato. Tony va a por el arroz y los frijoles negros. En la mesa, los presentes de la parte rusa exteriorizan su curiosidad, preguntándole cuál es el encanto de los frijoles negros y el arroz blanco junto con la chuleta. Tony sonríe y encoge los hombros, como única respuesta, otra vez. Para él la cosa pinta muy bien, tendrá una partición activa en el proceso de ejecución de los planes. Había superado el nerviosismo inicial, su traducción era cada vez más fluida y la comida no era para nada una dificultad; siempre se destacó por una capacidad de masticación agresiva y buena velocidad para engullir.

Cuando todos los temas fueron agotados y solo quedaban algunos flecos por definir, surgieron comentarios más personales y anécdotas sobre las costumbres culinarias de los pueblos. Entonces, el representante español sugirió que podían quedar en este mismo restaurante para firmar los contratos. A fin de cuentas, las negociaciones fueron inmejorables, quizás ayudadas por el buen hacer de la cocina. La sugerencia les pareció perfecta al resto y decidieron ir por alguna bebida o un buen postre, desechando la opción de un segundo plato. Esta vez varios de los rusos acompañaron a Tony mientras comentaban sobre los valores nutritivos del frijol y del arroz. Se detuvieron frente al bufé y, como si estuvieran de acuerdo, se quedaron observando a Tony, que no se inmutó y con el desparpajo del buen cubano volvió por su chuleta asada, ahora acompañada de una radiante sonrisa de la camarera. Repitió arroz y frijoles.  Los otros, entre risas y palmaditas en la espalda, le desearon “buen apetito….”.

Comentarios: