sábado, 18 de mayo de 2013

Jinetera con más de 65 años.




foto tomada del blog de gini miguez

“He elegido este lugar porque nos permite hablar con privacidad”. El hombre que hablaba en perfecto español con un rechinante acento anglosajón, se conducía con soltura y sus movimientos eran pausados y armoniosos. Vestía ropa de algodón amplia, apropiada al calor del Caribe y, de manera ordenada, iba colocando documentos sobre una mesa servida con zumos, dulces, frutas y café.  Mientras mostraba cada escrito, protegidos por envoltorios de plástico, a una señora que superaba los 65 años, daba pequeñas explicaciones muy precisas sobre cada uno.


El encuentro se producía en la cafetería que está en la terraza de la planta baja del Hotel Casa Granda de Santiago de Cuba. Después de terminar su ceremoniosa exposición, tomó una taza de café en sus manos, se reclinó y le pidió a su oyente que los revisara y preguntara lo que quisiera.

La mujer, que tomaba en sus manos unos de los documentos con manos huesudas y temblorosas, con esfuerzo se inclinó intentando leer, pero desistió y se expresó con una mezcla de sorpresa y lamento: “En inglés, dios mío, todo está en inglés. La graduación de mis espejuelos no me ayuda, tienen más de 7 años… además,  desde cuando no estoy obligada a leer algo en inglés. La última vez fue en el instituto”. Terminó su comentario, dejó los papeles en la mesa y con desgano hizo señas con sus manos, como dejando claro que confiaba; evidentemente resignada.

Han pasado más de 40 años desde que vio por última vez a sus padres. Fue en el muelle de Camarioca cuando les dijo que no iría a USA. Su hermana, una niña, comenzó a llorar con la noticia. Su madre en shock, casi histérica, insistía desesperadamente en la necesidad de irse ahora, una oportunidad que nunca más se presentaría. Su padre, en silencio, con los ojos le rogaba. Pero ella estaba enamorada. Enamorada de un mulato alto, atlético, que hablaba con fascinación de las oportunidades que con la revolución se abrían para los cubanos. Ella creía fuertemente en él y en que cambiarían el mundo.

En los primeros años, después que su familia se marchó, disfrutó de esa juventud  plena de libertad, entregada a remover prejuicios, costumbres, ideologías. Fascinada como muchos, le resultó excitante  su época y descartó conservar propiedades y herencias familiares, entregó todo su patrimonio a las nuevas instituciones, que según su amoroso mulato, la revolución le daría el uso apropiado. Su vida dio un cambio definitivo cuando se fue a vivir a la región más oriental del país, donde se reclamaban los mayores sacrificios, para lograr las trasformaciones nunca imaginadas.  Se entregó en un frenético hacer desinteresado,  para construir un porvenir luminoso. El tiempo pasó y, como siempre se dice…, pasó volando. De aquellos tiempos, es mejor no hablar, ella nada quiere recordar. En la última visita que hizo a la Habana,  su ciudad natal, por un asunto que se le presentó de última hora, comprobó lo que ya le habían comentado, que ahora en su casona del Vedado, antigua casa familiar, vivía un oficial retirado del ejército, que dirigía una de las compañías mixtas que operaban con divisa y, que aquel hacendoso “compañero”, tenía también una “paladar” que ocupada parte de la casa y, la terraza que daba al jardín, que todavía conservaba los árboles frutales que plantó su padre,  servía de salón-comedor con más de seis mesas y una parrilla diseñada para asar más de una pieza a la vez. Del mulato, solo le quedan las fotos de cuando participaron en la alfabetización y las que se hicieron en aquella boda improvisada en casa de los amigos; bueno, también tienen en común dos hijos que han hecho sus vidas, uno es militar y el otro trabaja como maestro.

El nuevo “asunto” que ahora la ocupaba era la noticia que llegó junto con la muerte de su padre, una herencia depositada en un Banco de USA y que para cobrarla tenía que comparecer personalmente. No entendía bien el tema y, aunque no le disgustaba hacer el viaje a los Estados Unidos de América, las dificultades no eran pocas. Su interlocutor le explicó que su padre había dejado un testamento a su favor por el valor de más de 120 mil dólares, pero, según la ley, las herencias a favor de cubanos residentes en la isla no están autorizadas por el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. Era necesario, por seguridad, tramitar una declaratoria de heredero y que se reconociese el derecho sobre el patrimonio. Esto permitiría cobrar cuando la ley se modificase –posibilidad a la que la señora no quería esperar-; otra variante era renunciar a la herencia de forma escrita y confiar en la hermana menor, para que le hiciera llegar el dinero; pero esta opción ella no quería ni considerarla…

Lo verdaderamente seguro era que hiciera un viaje a USA, pero cómo, si no tenía familiar que le hiciera una invitación, y suponiendo que pudiera hacer el viaje por invitación, se mantenía la dificultad de poder traer el dinero. La sospecha de que esto pudiera suceder incorporó al problema un fuerte enfrentamiento con sus hijos, que le explicaban con vehemencia que cuando en sus trabajos se descubriera que ella iba de visita a la tierra del enemigo, con el propósito de disfrutar su herencia, sería el final de sus carreras. Entonces se le ocurrió una variante más arriesgada,  pero definitivamente eficaz; y es lo que discutía con el anglosajón de nacionalidad canadiense.

“¿Para cuándo todo estará listo?”. Preguntó.

“Todo está listo, solo se necesita que usted  dé su consentimiento final, pero le repito, el procedimiento es el usual, una persona vendrá  aquí, se casara con usted, luego usted podrá hacer el viaje al Canadá como la esposa de un ciudadano de ese país, lo que le permitirá adquirir su residencia sin problemas y, luego, viajar a USA, hacer efectivo su dinero, regresar al Canadá o a Cuba, si lo desea. Este procedimiento, hasta tener el dinero en su poder, debo decirlo,  puede tomarle algún tiempo, pero será seguro. El último documento de los que le he entregado es una descripción detallada de los gastos y nuestros horarios. Además hay información gráfica de la persona que será su esposo. Por favor, léalos en casa con detenimiento y, en los próximos tres días, nos podemos ver cuando lo desee.  Por ahora, todos los gastos correrán de nuestra cuenta. Sabemos que su pensión es de tan solo 160 pesos cubanos. En fin, lo que quiero decir es que si desea un capricho… lo que usted desee, lo puede pedir”.

“Jinetera con más de 65 años. ¿No le parece que eso es ya un buen caprichito...? Pero bueno, puede ser que pida algo. A ver, solo una condición, que el señor de Canadá también esté desdentado como yo. Sentiría mucha vergüenza si tiene todos sus dientes".

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