jueves, 29 de agosto de 2013

LA TRAGEDIA CUBANA: Prolegómenos a un análisis de la tragedia real



En el año 2000 un pequeño grupo de cubanos se embarcan en un bote y se lanza a la corriente del Golfo con la esperanza de llegar a los Estados Unidos. Esto se ha repetido durante años, y no hubiera sido noticia si no fuera porque aquella vez en el bote viajaba una madre con su hijo pequeño y la travesía terminó con una desgracia. La mujer muere, pero el hijo sobrevive al naufragio y en un neumático alcanza la costa de USA. Con apenas siete años protagonizó un incidente de tal repercusión en los medios de comunicación, que casi todos los cubanos, dentro y fuera de la Isla, nos mantuvimos en vilo durante mucho tiempo. Por aquellos días recibí de Arquímedes Chachá un correo electrónico con un PDF. Hoy lo he vuelto a leer y quiero publicar los últimos párrafos. Quizás porque hablan de esa generación a la que pertenezco… y que ha sido condenada al silencio. Quizás porque tengo la sensación de que en Cuba, lo sucedido hace tiempo está ocurriendo ahora mismo. Quizás porque, por mucho que los acontecimientos a nivel mundial agiten la economía o la política, Cuba sigue inmutable, para bien o, seguramente, para mal. Siguen los mismos de los últimos 50 años. ¡El inmovilismo triunfante!.


Arquímedes Ruiz escribe:
¿Qué pasó con nuestra generación, la de los cubanos que nacimos entre 1950 y 1965? Aunque la delimitación entre estos años pueda parecer arbitraria, y de seguro puede ser mejor precisada, existen argumentos que apoyan el definir una generación en dicho período. En mi opinión creo que el primer gran argumento radica en que quienes nacimos al inicio del período éramos niños cuando se desarrollaban las operaciones militares y de clandestinaje contra la dictadura de F. Batista; luego jugamos un rol importante en los hechos de carácter épico que la revolución en el poder realizó, desde la campaña de alfabetización (1961) hasta la guerra de Angola y “la ocupación cubana” bien avanzados ya los años 80; tuvimos un vínculo mayor con padres y viejos maestros, por lo que recibimos una educación bastante diferente, una formación que en opinión de los poderosos fue desgraciadamente “de transición”, con lo cual querían destacar que estaba lastrada de “prejuicios pequeño-burgueses” cuando en realidad se lastró de las primeras enseñanzas de doble moral. Ya en nuestras aulas los dirigentes de las organizaciones estudiantiles “revolucionarias” eran no necesariamente los mejore s estudiantes sino los más “conscientes”, aquellos que manifestaban total rechazo al pasado y una real complacencia ante los designios del régimen. La pregunta ¿si tu mamá se va del país, te sigues comunicando con ella? resultó fija en cualquier proceso de crecimiento a la UJC, craso error si se tiene en cuenta que la sociedad sólo puede ser fuerte en la medida en que lo sea la familia; fuimos los primeros en ir a “La Escuela al Campo”, período que disfrutábamos por lo que significaba contra las ataduras paternales pero que terminó siendo una ruralización de la enseñanza secundaria y preuniversitaria, con las consiguientes secuelas de promocionismo y lejanía del seno familiar; fuimos la primera “arcilla”-para usar la terminología de Ernesto Che Guevara- donde pretendieron construir al hombre nuevo. Considerándonos como arcilla para modelar, olvidaron que cada ser humano es único e irrepetible, pero sobre todo potencialmente libre, y esa libertad no fue respetada. Algunos me dirán que soy demasiado crítico con la imagen de la “arcilla” pero a decir verdad las consecuencias de tal símil fueron desastrosas. Como generación también observamos, siendo niños y adolescentes, el proceso de escisión de familias y de toda una nación y el surgimiento de una creciente diáspora que, al final, muchos de los que quedamos en la Isla entonces terminamos también nutriéndola. En lo cultural fuimos los adolescentes de la ‘década prodigiosa’, los que más amamos la música de los Beatles y sus secuelas, el cine europeo y su hermoso e inquietante liberalismo- ‘los chicos y las chicas tienen que estar’-, dudábamos de lo que nos decían los más viejos y nos burlábamos de tanta mojigatería, y fuimos reprimidos por usar la moda juvenil de entonces, cuando la policía nos cortaba el pelo y rompía nuestros apretados pantalones. Tratamos de estar en consonancia con el mundo, y los dirigentes de entonces parecieron ponerse celosos ante tanta algarabía aunque creo en realidad que temieron que tomáramos nuestra libertad, y trabajaron duro contra lo que ellos denominaron ‘diversionismo ideológico’. Fuimos también los más fieles seguidores de la evolución del beisbol nacional con sus series nacionales y selectivas, y creímos de verdad que, como en la pelota, podíamos ser los constructores del “mejor de los mundos posibles”. En la historia nacional ninguna generación ha sido más “cándida”. Nuestra generación comenzó a generar temprano la nueva – la incipiente liberación sexual tuvo consecuencias biológicas claras- y se hicieron moda los matrimonios entre gente muy joven. Por eso creo en la cota 1965. Más tarde seríamos muchos estudiantes universitarios que luego de graduados formamos una legión de profesionales en muy diversos sectores de la cultura y la ciencia, donde llegamos incluso a jugar rol protagónico, aunque, en rigor, nunca accedimos al poder real por la sencilla razón que el poder corresponde a un a bien definida y rancia oligarquía. ¿Qué pasó con nosotros? En dos palabras: “fuimos estafados”. A mediados de los 80 se hizo evidente la necesidad de un cambio cuando la ex Unión Soviética inició las reformas y éstas no fueron bien vistas por la cúpula cubana. También entonces se hicieron evidentes los casos de corrupción en las altas esferas del Estado, lo que llegó al clímax con el caso Ochoa-La Guardia. Se conocía de la existencia de tensiones entre los dos órganos armados del país, las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior, pero éstas sólo llegaron a su apogeo en el caso antes citado. Nuestra generación fue timada con la idea de crear un hombre nuevo cuando en realidad crearon “una nueva clase”.

Como puede verse, la tragedia cubana tiene muchos rostros: el de una generación traicionada en su afán por construir una democracia en Cuba, o el de una generación más joven que resultó estafada y silenciada; el de un pueblo viviendo una vida miserable y políticamente manipulada según los antojos gubernamentales, o el del exilio en cualquier parte del mundo con las correspondientes cuotas de nostalgia y desencanto; el terrible rostro de la oligarquía burocrático-militar con sus posiciones de extrema izquierda, o el de algunos líderes políticos que en el exterior asumen también posiciones extremas y que sin quererlo hacen juego a la oligarquía de marras; el de la indiferencia de muchos países ante el destino de la Isla, o el del desmesurado interés de otros países por hacer negocios con la oligarquía; y también el rostro de la soledad del exilio en su lucha contra la dictadura, y la indolencia con la que muchos nos miran y contemplan la triste realidad de nuestra Patria. No obstante creo en una total recuperación del pueblo cubano, una recuperación que incluirá la restauración de la democracia en Cuba luego de dos terribles dictaduras, el desarrollo económico-donde el exilio jugará también rol protagónico-, la restauración de auténticos valores ético-morales y del espíritu de empresa, así como el Estado de Derecho. Quizás luego de esa recuperación volveremos a ocultar la tragedia, con esa vocación que tenemos por estar alegres y reírnos de nuestras propias calamidades; entonces volverá a ser cierto aquello de que “hijo de majá nace pinto” y los nuevos cubanos serán tan pintos o más que nosotros, y la Patria ontológica estará en el lugar sagrado que le corresponde para que le ofrezcamos a ella lo mejor y no se le use nunca más de pedestal. Para lograr ese sueño tendremos todos que ponernos en acción en cualquier rincón del planeta, y no porque Cuba sea el ombligo del mundo sino porque es nuestro ombligo, y ese invisible cordón umbilical que nos une a ella es lo que nos define cubanos, esa peculiar manera de ser humanos determinada por una historia que comenzó mucho antes que Cristóbal Colón nombrara la Isla como “la más fermosa” y que debe ser valorada por encima de cualquier ideología política. Entonces seremos capaces de hacer la política desde de la historia y las nuevas condiciones, y no de escribir la historia desde la política, y de anteponer la política a las condiciones reales de desarrollo. El análisis está abierto, recordemos que éstos son sólo “Prolegómenos”.


Arquímedes Ruiz, San Angelo, Texas, Mayo del 2000

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